15 marzo 2008

SIETE PALABRAS DE JESÚS

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Jesús habitó entre los hombres para traer el regalo más grande e inimaginable: la vida eterna. No podía traerlo un ángel, un predicador o sacerdote, tenía que hacerlo el mismo Creador. Es por eso que retumban sus palabras diciendo en el Antiguo testamento: ‘Heme aquí, yo iré’.

Las siete palabras de Jesús en la cruz muestran desde el inmenso amor de Dios para con la humanidad hasta el considerable precio que pagó el Señor para cancelar la factura de la vida eterna, ya que ésta no podía ser sufragada por el ser humano.

Las siete palabras suelen enumerarse del siguiente modo:
Primera: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34). Esta frase constituye el eterno amor del Altísimo. A pesar de que la humanidad lo había rechazado, torturado, escupido y cerrado su corazón, el Señor dice: ‘Perdonalos’. Que corazón más noble tiene el Maestro. Pero también es de reflexionar que si el Hijo de Dios fue capaz de perdonar a sus infractores, ¿por qué nosotros no tenemos el valor de hacerlo con nuestro prójimo? ¿Por qué no perdonar a aquel que nos hirió con sus palabras?

A veces hacemos cosas que creemos que están bien. Eso creían los que maltrataban a Jesús, ellos pensaban que estaban agradando a Dios por sus leyes y costumbres, pero realmente estaban bien lejos de la voluntad del Todopoderoso. Quizás estas haciendo cosas que crees que es la perfecta voluntad de Dios, pero, reflexiona, medita y piensa que no todo lo que cerremos que está bien así es.

La segunda palabra: “En verdad te digo que hoy, estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43). Es la respuesta de Cristo a la súplica del ladrón arrepentido. Jesús le promete la bienaventuranza eterna. Hermoso proceder del Divino Maestro. No importa lo que nosotros hayamos hecho, Dios nos perdona si venimos con un corazón humillado a él. Solo dejemos que su misericordia nos arrope.

La tercera palabra: “Mujer, ahí tienes a tu hijo», y al discípulo: “ahí a tu madre” (Juan 19:26). El Señor sabía lo que decía, además comprendía el dolor de María, quien sabía que Jesús era el Hijo de Dios. No era que Juan fuese el hijo de María sino que Jesús estaba confiando a la mujer que durante su travesía en la tierra había sido su madre. En otras palabras le estaba encomendando a Juan que cuidara de María.

Hacia las tres de la tarde, estando Jesús en la cruz exclamó en alta voz la cuarta palabra: “Elí, Elí, lama sabactani”, que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”(Mateo 27:46). Es una oración tomada del salmo 22, lo cual explica la confusión de los presentes que creyeron ver en esta súplica una llamada de auxilio a Elías. Esto es un acto de profunda soledad y alejamiento de su Padre. El mismo Dios había dado la espalda a su querido Hijo por que se había echada a cuestas el pecado de toda la humanidad. Esto nos demuestra que cuando el hombre esta contaminado con sus pecados y se aleja de Dios, de igual manera él se aleja de nosotros. “Si nos acercamos a Dios, él se acercará a nosotros”.

La quinta palabra: “Tengo sed” (Juan 19,28). Es la expresión de un ansia de Cristo en la cruz. Se trata, en primer término, de la sed fisiológica, uno de los mayores tormentos de los crucificados. La palabra está tomada de los salmos 68:22 y 21:16. Se interpreta en sentido alegórico: la sed espiritual de Cristo de consumar la redención para la salvación de todos. Evento similar a la historia que nos muestra el cuarto evangelio, y nos evoca la sed espiritual que Cristo experimentó junto al pozo de la Samaritana (Juan 4:7). También nos abre la puerta del entendimiento para saber que si tenemos sed de Dios, el no dará de beber de esa agua que brota para vida eterna.

La sexta palabra: “Consumado es” (Juan 19:30). Se puede interpretar como la proclamación en boca de Cristo del cumplimiento perfecto de la Sagrada Escritura en su persona. Esta palabra pone de manifiesto que Jesús era consciente de que había cumplido hasta el último detalle su misión redentora. Es el broche de oro que corona el programa de su vida: cumplir la Escritura haciendo siempre la voluntad del Padre (Mateo 5:17; 7: 24; Lucas 22:42).

La última palabra de Jesús en la cruz fue: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23,46). Esta palabra expresa el sacrificio de la propia vida, que Jesús pone a disposición del Padre. Recuerda el Salmo 30:6 en que el justo atormentado confía su vida al Dios bondadoso y fiel. En Cristo toda se había cumplido, sólo quedaba morir, lo que acepta con agrado y libremente (Juan 10:18). El Señor hizo todo lo que se había dicho de él, tenía que cumplir con el mandato Divino, es por eso que cada paso que daba lo hacía siguiendo los parámetros de su Padre. Amado peregrino lo importante es que eches mano del mapa celestial para poder vivir de acuerdo a la voluntad de Dios. La Biblia es la brújula que te llevará al cielo.

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